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ALTILLO

monólogo de nube

aún así,
hechó raíces en esa sustancia
de algodón
donde las violetas, los golondrinos, y las
mismas miradas de siempre
guardan el anhelo en su bolsillo,
descosen los bolsillos y dejan caer las migas
tus migas. desenhebran los hilos que lo hacían sonreir.
enmarionetadamente.
se barrerán de sólo buscarlas
la migas,
nadie deberá saber que yo soy
el hombre que inventa las nubes.
que la lluvia suponga mi inexistencia, mejor será.
-tampoco imaginó ella que él era agua y llovizna
ni que de su boca los truenos mal llamado toses iban
tras su piel-
y cuando todos creían que explotaba y volvía
a implotar
se logró un silencio en re, siempre desafinado en re
que dejó su lengua hecha una estatua
de sal,
vio cómo el árbol de lluvia se hacía
ceniza
y se esparcía en sus manos y luego en sus dedos
hasta hacerse uña
de sal, uña de estatua.
vio venir un aire y lo respiró y tosió y miró
(cómo la tos pintaba los contornos de un jueves)
a cada lado de sus hombros
y sal, y salió. de ahí.
cuándo vendrán por mí y me harán viento? pensó.
ella, siempre con esas vocales estiradas como
dos brazos en cruz.
al norte, su ilusión. de soñar que el sur tambíen tose.
aclararía si te dijera que llovieras?
aunque quizás sea tarde para experimentar
con los dedos
de esta mano alguna vez quziás
pueda explicar las razon de cada gota
dicho lo cual, aclaró.
y se fue a dormir, sin cruz, sin brazos, ajenos.

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